jueves, 28 de abril de 2016



7,8

I.
Terremoto de magnitud 7,8: tanto desespero en tan corta frase.
Muerte y angustia. Dolor que abre de un tajo el corazón. El 16 de abril se instaló en la profundidad de nosotros una lágrima mayor.
Esa noche, intenté dormir, y lo hice en la madrugada con la mirada fija en algún punto del techo que, pensé, tal vez podría venírsenos encima. A la mañana, muy preocupado y triste por lo ocurrido cuando las primeras noticias hablaban de la destrucción y de la tierra como un monstruo despierto que, indomable, se niega a descansar. Y entristecí más. Y me sentí ruin porque, en mi soledad, con las imágenes de la destrucción, pensé que mi dolor alcanzaba el nivel de sufrimiento de las víctimas.
Tuve miedo también. Estas catástrofes han significado regresión de pueblos.
Había devastación por fuera y por dentro…

II.
A segundos del cataclismo en la oscura noche, solo buscamos abrazar, abrazarnos; pero estábamos incompletos hasta tener a todos los nuestros en el abrazo que nos dice: “estoy aquí, contigo; estás conmigo”. Y agradecí que la muerte no se haya llevado a la gente mía. Pero, como golpe por la espalda, este egoísmo me impactó al imaginar –y luego corroborar- que muchos otros no pudieron ser abrazados más que por los infames escombros…

III.
Sientes…, ¿qué sientes al tambalear con el cataclismo devorador? ¿En qué piensas al pisar por momentos eternos una gelatina que no cesa de moverse? Y, después, ¿qué te motiva a salir de tu castillo de cristal y dejar de ser, por horas o días, el centro del universo para reconocer que el núcleo de todo está en los otros, sobre todo en aquellos que reciben las bofetadas de la naturaleza? ¿Por qué extiendes tus brazos y ofreces algo parecido a ayuda y consuelo? ¿Quién eres para hacerlo? ¿Quizás hay una lágrima contenida, atrapada en el abismo que somos cada uno de nosotros, construidos tan a imagen y semejanza del yo, y tan lejos bien lejos del nosotros?

IV.
Inmediatamente -lo que debe enorgullecernos-, fue la solidaridad la que multiplicó miradas y desesperos, brazos y esfuerzos, y agua y alimentos y vituallas y ropa y medicinas y mensajes: ‘no están solos’, y ‘resistan’, y ‘carajo, el camión está lleno, venga el otro’, y el otro, y el otro…
¿Cómo entender esto? ¿Acaso es solidaridad, a veces tan metafísica como complaciente con la limpieza de conciencia? ¿Qué pasó? La sociedad es salvaje, incluso más que la propia naturaleza, y no bastan las sonrisas ni los abrazos. Por ello, creo que no es solidaridad o, más bien, es solidaridad y algo más. ¿Qué?

V.
Guayaquil. El puente de la avenida de las Américas no soporta el feroz bamboleo y se va quebrando. La mole de cemento colapsa en un triángulo cruel: el extremo de un segmento de la estructura se sostiene sobre una columna mientras el otro besa el suelo y, en este vértice siniestro de muerte, un automóvil aprisiona a dos personas.
Automóviles iluminan ese resquicio demente. De pronto, lo inaudito. Acaso estupidez más que valentía. Tres, cuatro personas se introducen bajo el puente en un espacio menor al metro de altura y llegan al auto. Encuentran que hay vida adentro. Y proceden a un rescate. ¿Qué motiva a personas a entrar en una trampa que de tan frágil en su fragilidad podía efectivamente colapsar sobre ellas?
No es únicamente solidaridad lo que está en juego, es la maldita manía humana de tener brazos como extensión de la cabeza y el corazón. Por ello, hay tantos héroes y heroínas que rescatan, que resisten. Cuando los cientos de toneladas de ayuda van por aire, tierra y mar, y que gritan a viva voz: ‘no están solos’, no se trata únicamente de solidaridad, porque no es solo dar: es extender el brazo para dar y para impedir que los otros extiendan el brazo para pedir.

VI.
La tragedia toma dimensiones apocalípticas para el pequeño país con cientos de miles de afectados. Hay en albergues y refugios cerca de 30 mil personas, población igual a dos veces la ciudad de Baños. Solo imagine usted las necesidades cotidianas de estas tres decenas de miles. Ahora, imagine la racionalidad en el abastecimiento -a estas personas- en un proceso continuo, incesante, sin descanso. En general, el suministro total a cientos de miles, con miles de kits diarios, está entrando en su tercer ciclo; es decir, la población afectada en su totalidad ha sido cubierta ya por dos veces. Igual, en atención de salud y en servicios gratuitos. Y lo seguirá siendo, en un hecho sin precedentes en la historia del Ecuador.
Y hay que continuar con aquello, no es negociable.

VII.
Tenemos los brazos que hagan falta, aunque –hay que decirlo- algunos están acostumbrados a extender el brazo solo hasta los bolsillos, propios o ajenos. Y son quienes miran con desconfianza lo que viene. Hay grandes empresas y grupos económicos que ganan más de mil millones de dólares al año, y han entregado para esta causa dos o cuatro millones. Un fragmento de fragmento que maquilla el fingimiento de la pena. Acaso la familia que recibe un salario básico entrega proporcionalmente más, sobre todo porque, aunque suene a chirridos a los oídos de los poderosos, es quien dice a las hermanas y hermanos que se encuentran en la zona del desastre:
¿Necesitas? Ten.
¿Necesitas más? Ten más.
¿Necesitas mucho más? ¡Ten mucho más!
¿Necesitas por más tiempo? ¡Lo tendrás por más tiempo!
¡E incluye un abrazo!

VII,VIII
El agua sirve para calmar la sed y es necesaria porque, vaya la obviedad, si no la tomas, durarás poco tiempo. Y necesitas alimentarte porque –obvio- si dejas de hacerlo, mueres. Esta lógica tan simple se pervierte cuando agua y comida se convierten en mercancías. Parte de la utopía es pensar en un mundo futuro en que los valores de uso predominen sobre los valores de cambio; en que el agua y el alimento que calman la sed y el hambre se entreguen según las necesidades de las personas.
Cuando Rafael Correa afirmó el 20 de abril: “Si alguien (…) va a la UPC, puede tomar el agua cruda que necesite para bañarse, lavarse los dientes; el agua para beber que necesite (…). La idea es que el agua no tiene límites”, pronuncia una frase radical que rebasa la lógica del abastecimiento y de la planificación institucional (aunque se sustente también en aquella) y que pone en primer plano el valor de uso de las cosas: según la necesidad, porque, en base a esta -y duélale a quien le duela- se han llenado camiones y camiones. Y se lo sigue haciendo.
En algún momento de este siglo, echó raíces en la sociedad tanto el brazo implacable que está dando vida como la frase radical propuesta en defensa del valor de uso; se han entrecruzado y, en el momento actual, afloran hermanadas. Sin aspavientos ni autoelogios, ha brotado una microutopía anclada en los miles de brazos que se extienden hasta sostener la zona del desastre en comunión con una planificación democrática que garantiza el abastecimiento y la futura recuperación.
Pero, esta microutopía es un terreno en disputa y la única manera de sostenerla es radicalizándola.
Hay mucha fortaleza en el ambiente, pero también fragilidad: estamos en juego, hacia afuera, cuando sentimos que se construye un nuevo nosotros y, hacia adentro, cuando buscamos fortaleza en nimiedades como una lágrima atrapada o la necesidad de abrazar y abrazarnos. Eso sí, a pesar de cataclismos. O con ellos.

Marcelo Medrano Hurtado
Quito, 27 abril 2016