domingo, 22 de febrero de 2015

DE LA FIDELIDAD

1. Cuando se habla de fidelidad, ¿qué viene a nuestra mente? Lo más común, la relación de pareja… nuestras relaciones. Sin embargo, la fidelidad extiende su juego de luces y sombras hacia otras dimensiones para, acaso, demostrarnos la necesidad de no aceptar sus penumbras.

Eran pocos los días transcurridos desde el infame golpe de Estado de Pinochet sobre el gobierno de Allende. En una de las sesiones de tortura, en el Estadio Chile, a media luz, a Boris Navia le descubrieron un pedazo de papel escondido en uno de sus calcetines. Al leerlo, se multiplicó la furia de los cobardes y lo medio mataron. A pesar de ello, copia tras copia, el poema Estadio de Chile fue propiedad de la memoria de todos los prisioneros, aunque a su autor, Víctor Jara, le asesinaran luego. Desconcertante fidelidad en la defensa de lo humano en medio de tanta carnicería.

2. Y nada más humano que el lenguaje. Cuando leemos la palabra, confiamos en que lo escrito refleje, del autor, pensamientos o sentimientos de la manera más acertada, incluso cuando existe -sobre aquella- un ejercicio de traducción. “Nada mejor que leer una obra de poesía traducida por un poeta”, es un principio que lo extendemos a las obras de filosofía y literatura, por el gusto o la necesidad de mirar cara a cara y estar lo más cercanos a sus autores. Aunque, a ratos, nos encontremos con casos como el de aquella obscena traducción de Whitman que hace Borges…

De pie, junto a los estantes de una biblioteca, no pude ocultar mi emoción cuando, al abrir una revista universitaria, encontré, en medio de ensayos de diverso tipo y dudosa calidad, una traducción del primer capítulo de El Capital, de Marx. ¿Otra más? La revista era de algún año de la década de los setenta y, para la época, había traducciones del libro completo. ¿Capricho?

No eran evidentes las razones de este nuevo esfuerzo salvo, por obvia coherencia, la necesidad de la lucha política. Tras respirar profundamente, fue posible recorrer aquellas páginas; eso sí, con mucha prudencia, pues se trataba de un escalofriante encuentro con la sistematicidad de cirujano de Bolívar Echeverría.

Esta nueva traducción no tenía pretensión alguna de quedarse en el campo de la teoría; muy al contrario, la búsqueda de la fidelidad al texto no era por el placer textual, sino –a contrapelo- por la necesaria exposición del método marxista.

De igual manera, en un bonito ensayo, Agustín Cueva, por aquella misma época, discute -con Ernest Mandel- sobre la traducción conceptual de Marx alrededor del concepto de “alienación”. Brillante ensayo y fiel, por demás, a la exigencia política marxista de la vinculación teoría-praxis.

En ambos casos, la fidelidad de la traducción no nace solo de la búsqueda del pensamiento inicial sino, también, del ejercicio del método materialista histórico, con miras a la práctica política.

3. Un problema de método, obviamente. Muchas veces, la realidad se nos enrostra y nosotros nos negamos a reconocerla. La física de la Europa científica del siglo XIX había construido toda una estructura alrededor de la concepción del éter: extraña sustancia presente en todo el universo que permitiría el transporte de las ondas de luz. Tras los meticulosos experimentos de Michelson y Morley, el éter no aparecía por ningún lado; peor aún, se demostraba que la velocidad de la luz era constante, con lo que se negaba a Newton. Imposible aceptarlo. Salvo por Einstein, quien, fiel al método materialista de la física, aceptó los resultados y asumió el riesgo de pensar desde esa ‘nueva’ realidad. Como fascinante empresa del pensamiento, para 1905, desarrolló la Teoría Restringida de la Relatividad y, para 1915, la Teoría General.

4. ¿Fidelidad a la patria, a la pareja, a un dios, a una creencia, a una vocación, al dinero,…? La fidelidad solo existe porque hay memoria. Sin memoria, sin recuerdos, sin puntos de referencia en el pasado, no hay fidelidad. Más aún, no se trata solamente de una colección de recuerdos, sino de toda una voluntad de memoria, de querer recordar, de tener presente el pasado. Por ello, se impone el deber de ser fiel, como una tarea, y no como una virtud natural. Pero, ello incomoda.

La fidelidad al dinero es la del rey Midas y se exuda en todos los resquicios de la memoria social del capitalismo. La infidelidad al dinero, que es la deslealtad al valor de cambio, abre grietas hacia otras fidelidades, como las del amor y la utopía.

Teseo le fue fiel a Ariadna mientras desenrollaba el cordel, y cuando lo enrollaba. En la mitad, la lucha con un monstruo. Esta lucha, presente en sus mínimos detalles en la memoria de Teseo, no le pertenecía a Ariadna, más que como angustia por su amado entre la entrada y salida del laberinto. La ruptura era inminente…

Una amiga, ya muy treintañera, me muestra su documento de identidad con una desconcertante foto, tomada cuando tenía menos de veinte, totalmente rapada. ¿Por qué la conserva? ¿A qué es, ella, fiel con tanta insistencia? ¿Cuántas cosas nuestras las guardamos como memorias físicas, poseedoras de significado, como hilos de Ariadna para poder retornar de algún laberinto?

El fanático, por cierto, no es más fiel a su palabra que al narcisismo en el cual germina.

Y el recordarte es un camino, nostalgiarte, extrañarte. No seas fiel por ti misma, le dice el enamorado y amante. Tenme en la memoria, en tu memoria: “Ámame, (…) pero no nos olvides”.

5. Hay fidelidades. La prostituta usa su cuerpo pero no vende sus labios: “sin besos”, dice, y hasta amenaza y se violenta si se transgrede esta aparentemente fútil exigencia. Ella es fiel en los labios.

El fantasma, tan preclaro en el psicoanálisis, tan anclado en la memoria de lo inconsciente, lo buscaremos fielmente en nuestras relaciones.

La palabra, tesoro en las relaciones de pareja, despojo en las traiciones.

Pero, llega la muerte. (Muchas veces, el olvido es, más que preámbulo, la muerte misma). Y la rosa se coloca en la lápida cada aniversario. El atuendo y los gestos, serios, acompañan el ritual. El discurso o la liturgia reconstruyen la memoria a imagen y semejanza del dolor, de la ausencia, del duelo. Es una memoria interrumpida, quebrada, como un puente roto que no llega a ningún lado.

En la religión, la memoria se cierra en círculo: con la muerte se llega a los dioses, se es parte de ellos. La fidelidad humana se diviniza. Sin deidades, la muerte nos lanza contra la pared. (¡De tanto estrellarnos, cuánta sangre nuestra pintarrajea las paredes íntimas y cuántos moretones se expanden en la piel!).

Se muere siendo fiel. Werther toma la decisión de suicidarse, medida necesaria para que el autor sobreviva. “¡Viva la República!”, gritan los milicianos al ser fusilados.

Sin embargo, la muerte de la fidelidad es la traición. Y no hay memoria que la justifique, ni flor que la cubra. Se traiciona a la patria, a un texto en su traducción, a otra persona en su confianza, a una idea, a un ideal, a la pareja… Más que a la memoria, se ha traicionado a la voluntad de tenerla. No tiene sentido acusar a alguien de ‘infiel’ si existe desmemoria. Pero, sabemos que ésta –en la política, en el psicoanálisis, en las relaciones de pareja- no debe existir…

6. Finalmente, la rosa. La noche es fría cuando la lectura tropieza con una frase que se convierte en razón de esta escritura. En dos líneas de un ensayo, nuestro Bolívar Echeverría, tan preciso, tan cirujano, tan reflexivo, se quiebra y se entrega caballerosamente a la exuberancia: “La originalidad de ‘Rosa, la roja’ –oradora encendida, polemista implacable, teórica iconoclasta, trabajadora incansable y llena de amor propio-…”, escribe. Sí, más allá de este ensayo sobre Rosa Luxemburgo, hay algo –o mucho- del amor fiel de Bolívar…

Marcelo Medrano Hurtado
(23 – 02 -2015)